LAS CARAS (1)
[…]
III.
El hombre observador junto a la puerta
de atrás no puede ser otro que Pedrito López,
el hijo de López el de los grandes almacenes;
es ya todo un funcionario,
pero antesdeayer se le estropeó el radiador
en Tomé Cano, y, mira, guagua que te pego.
No quita los ojos de encima de una joven
que está justo frente a él.
Tiene un calor espantoso.
Y con razón. Con corbata cualquiera
suda así a la una y cuarto.
La mujer en cuestión tiene veintitrés años
y unas líneas preciosas
y unos ojos debajo de esas dos cejas
debajo de esas dos cejas qué bonitos ojos tiene,
y se da cuenta de que ese curioso, salido,
no deja de mirarla, que parece que la toca,
y él se lo pierde, eso, que sude, que sude,
si Mario estuviera con ella le iba a enseñar
los dientes, y que luego mirara,
que a su piba la dejan tranquila
o a ver qué es lo que pasa aquí.
ERA UNA TARDE pobre
en la que se hizo ópalo
el lunar de tu cuello.
Y tú, una ciruela tan madura,
que te picotearon todos los pájaros.
Y cuando partiste
y yo partí el cielo en dos,
y la calle era una feria
de anuncios y guaguas gestantes,
se hizo una noche rica.
Así de sencillo.